jueves, 16 de octubre de 2008

VIAJE A LINIERS por M. C.



(Fuente: Revista Quid)





Tiene 34 años, se llama Ricardo Siri, y Liniers, su segundo nombre, el mismo con el que rubrica sus obras, se ha convertido en marca registrada.


Es uno de los humoristas gráficos de su generación que más adeptos tiene en el país. No hay dudas de ello: basta con asistir a alguna de sus presentaciones-firma de ejemplares o visitar el universo de blogs locales –donde es moneda corriente ver reproducidas algunas de sus viñetas– para tener una verdadera dimensión del fenómeno.

Comenzó a cosechar elogios desde la tira Bonjour –que entre 1999 y 2002 pudo disfrutarse en el suplemento No, del diario Página/12– para luego consagrarse definitivamente a partir de 2003. En aquel año, desde La Nación, Liniers dio el puntapié inicial a la entrañable Macanudo, una aventura que continúa y cuya sexta recopilación promete ver la luz en cuatro meses.

Visiblemente dichoso con su reciente paternidad, el dibujante abrió las puertas de su estudio para conversar sobre su trabajo y su Conejo de viaje (Mondadori), volumen que él describe como “un libro feliz, recopilado de varios cuadernos felices que dibujo cada vez que viajo”.

— ¿Cómo planeó este nuevo trabajo?

No lo planifiqué. Esto empezó muy de casualidad, porque jamás pensé que iba a llegar a ser editado. Los dibujos que lo integran los fui haciendo para mí, de manera muy orgánica, como un modo de quedarme con un recuerdo diferente de cada viaje. Para mí, ir a un determinado lugar y volcarlo al papel es, un poco, apropiárselo y guardárselo.

— ¿También toma fotos durante sus estadías?

Sí, obvio. También me gusta saber cómo era exactamente el sitio por el que pasé. No es que sólo quiero un recuerdo superbizarro mío. El dibujar en los viajes es un modo de no aburrirme cargándome con algún tipo de exigencia. No deseo trabajar cuando estoy en esa situación. Y esa despreocupación me lleva a no pensar en que tengo que dibujar y escribir bien o ser gracioso. Siempre la idea, de lo que ahora compone Conejo de viaje, fue que lo que saliera quedara tal cual, fresco,muy poco racional.

— Abundan las referencias musicales en el libro.

Sí, porque la música que escucho estando en algún lugar, de viaje, al volver a oírla, tiempo después, en la intimidad de mi casa me teletransporta inmediatamente.

— ¿Cómo es su relación con el viajar?

Me encanta.Trato de no negarme a ninguna propuesta. Es como la situación ideal en la que puedo estar. Cuando estoy viajando, estoy contento. Entonces, de milagro, este asunto de dibujar mis pingüinos salió bien y generó que el sesenta por ciento de los lugares que plasmo en el libro fueran el resultado de invitaciones.

— Incluso llegó a pisar la Antártida…

Sí. Ese viaje me enseñó que tengo que ser más cuidadoso con los chistes que hago, porque se cumplen. Resulta que una vez, en La Nación, al editor del suplemento Turismo le dije: “Si algún día vas a la Antártida acordate que yo dibujo pingüinos”. Y a los tres, cuatro meses, me llama y sorprende: “¿Te acordás del viaje ese a la Antártida? Bueno, vamos”. Era el sueño del pibe.Todavía no puedo creer que estuve allí. La nieve, el viaje en barco, la soledad, todo me fascinó. El día que ahorre el dinero, las llevo a mi mujer y a mi hija.

— ¿A qué se debe su debilidad por dibujar pingüinos?

Son bichos muy graciosos aunque no hagan nada. Están buenísimos, porque si los ves de lejos parecen que estuvieran en un cóctel, hablando de alguna cosa.

— Gran parte de su obra es autorreferencial. ¿No lo considera desgastante?

En verdad, todo lo que yo hago es exponerme. Si lo dice alguno de mis personajes, como Enriqueta, o lo digo yo disfrazado de conejo, termina siendo lo que pienso de todas formas. No es que mis personajes existen y hablan por sí solos. Entonces, para mí, es lo mismo. Y trato al conejo, que aparece en mis viñetas, como si fuera un personaje. Lo empecé a usar más cuando me transformé en conejo. En Bonjour me dibujaba a mí mismo, tal como soy. Y me daba mucha vergüenza eso. Por eso, a lo largo de esa tira, cuando aparezco, estoy llorando o los personajes me agreden. Entonces, salí de manera transversal, con el recurso del conejo, de la incomodidad de verme dibujado, sin abandonar la autorreferencialidad.

— ¿Le agrada ese tipo de humor, entonces?

De Woody Allen en adelante es algo que me hace gracia. Es mucho más simple
identificar una realidad en ese estilo de comicidad. Es decir, si yo invento al “misterioso hombre de negro” es una fantasía. Pero si, en lugar de eso, hablo más de mí y digo que me pasó algo, por más chiquito que sea, es más fácil que el otro se vea reflejado. Sin
embargo, es muy posible que en algún momento me canse y no me dibuje más.

— ¿Y en esto de contar vivencias propias, coloca algún filtro?

Hay páginas que dibujé y que quedaron en mi casa porque no quise verlas publicadas,
muchas veces porque trataban de cosas muy personales. Justamente pongo las tontas, que considero simpáticas, y no las que estoy en mi intimidad.

— ¿Cuál es el mayor de los fantasmas que lo invade a la hora de crear?

El tema de lograr un equilibrio en lo que muestro o no. Porque, por un lado, es mi responsabilidad ser auténtico en lo que digo. Pero, al mismo tiempo, si bajo la guardia, aparecen cosas. Y como nunca quise adoptar esa actitud pedante, tan años ’90, de ser cínico, cuando empecé con Macanudo elegí mostrar cierto mundo interior sin que fuese
sensiblería berreta. Porque, hablando de ternura, ése es el riesgo que se corre: caer en la cursilería.

— ¿Es angustiante darle vida a una tira diaria como ‘Macanudo’?

No tanto. Lo más difícil es darle forma a las ideas. Es algo que genera mucho trabajo. Entonces, la angustia, más que nada, es la falta de tiempo y tener que prestar atención para no distraerme. Porque, de repente, llega la hora y tengo que mandar la tira sí o sí al diario. Los dibujantes de historietas, a diferencia de los arquitectos, tenemos que ser puntuales. En mi caso me acostumbré, pero sí sé de colegas que sufren muchísimo.

— Por último, por las características de su obra ¿se siente una rara avis dentro de la escena actual de humoristas gráficos?

Al contrario, me siento muy cercano de muchos compañeros. En el sentido de que pertenezco a una generación que, cuando empezó en esto, justo habían cerrado revistas importantes para el género como Humor o Fierro. Por lo tanto, quedaban sólo diez dibujantes repartidos en los tres diarios más importantes y el resto sin espacio en el cual hacer su trabajo. Y ese panorama tuvo dos efectos, uno malo y otro bueno. El negativo fue que, de ningún modo, podías desarrollarte en esto. Hacías cualquier otra cosa. En mi caso, dibujaba mapas para folletos. Mientras que el positivo fue que no tuvimos que adaptarnos a ninguna línea editorial. Cada uno de los artistas y dibujantes, surgidos de aquellas épocas, tienen una personalidad muy diferente y bien marcada. Y, en ese sentido, me parece mucho más interesante eso. Espero que de a poco los lectores tengan la posibilidad de apreciarlos. El problema es que hay una tardanza en reconocerlos desde el mundo editorial.