martes, 30 de diciembre de 2008

Entrevista con Emilio Rodrigue

















              "Hay que ser arrogantemente humilde"

Por Darío Wainer (para Tematika.com)






D.Wainer: Leí "La Respuesta de Heráclito" como un texto fuertemente literario más allá de la filiación psicoanalítica de su autor y de la editorial que lo publica. Un texto que podría ubicarse dentro de una tradición literaria muy rica y compleja como la argentina por el modo en que utilizás los materiales de la cultura, los géneros, y como construís tu propio personaje y su mirada sobre el mundo. Al proponerte dentro del texto como un irónico hedonista te sentirías cómodo o más cercano a Macedonio Fernandez que a Freud ? No hay o hubo siempre una incomodidad tuya con la ortodoxia (del psicoanálisis, del establishment, de los estilos de vida) que te llevó a buscar direcciones alternativas ?. Y en esa búsqueda, cómo te sentís relacionado con esa tradición literaria Argentina cuyos pilares podrían ser Arlt, Macedonio, Borges, o Cortazar ?


E.Rodrigué: Ahí está el problema o, si quieres, la solución: soy bifronte, mitad analista, mitad escritor, por partes iguales, servido con hielo y pernaud. Me costó mucho autorizarme como escritor pleno. Pero, eso sí, no soy un pintor de fin de semana. Concuerdo con tu definición de mí: irónico y hedonista. Soy fan de Richard Rorty y de Henry Miller, pero creo que le debo más a Freud que a Macedonio. Con respecto a la ortodoxia, yo diría, como alguien dijo, que le ortodoxia es le herejía dominante y yo estoy con las minorías. Con respecto a la tradición literaria, admiro a Borges y plagio a Cortazar.



D.Wainer: Gran parte de la tensión e intensidad de "La Respuesta de Heráclito" parece estar en ese dilema de los 80 años que describis como "sabiduría versus desesperación" Pero, puede leerse también tu posición como el esfuerzo de hacer de la vida una obra de arte ? Digo estas cosas pero pienso todo el tiempo en lo que dice Pavlovsky sobre tu radicalización existencial y no política. Y me cuesta coincidir del todo con esa afirmación. Porque veo quizás una micropolítica muy activa en todas tus elecciones, sean literarias o no. Estetizar la existencia implica para vos renunciar a la política ?


E.Rodrigué: Lo de "sabiduría versus desesperación" no es un dilema, es una crisis. El dilema precisa ser solucionado; la crisis precisa ser superada y eso es lo que estoy tratando de hacerlo razonablemente bien. Los viejos somos invisibles, nadie nos mira, a menos que seas el Rey Que Está Desnudo, por eso no me llevo bien con los niños.

Me parece interesante tu desacuerdo con Pavlovsky y creo que concuerdo con ambos. Políticamente desafino. No tengo un "oído político" como Armando Bauleo o el mismo Tato tienen. Mi guru en política fue Marie Langer. Pero diferíamos. Ella decía que el inconsciente tiene política y yo decía que la política tiene inconsciente. Nunca pudimos superar esa divergencia. Macropolítica no; micropolitica sí.



D.Wainer: EL texto que más disfruté dentro del libro fue "Sala Vip". Creo que allí está todo: tu buen humor, tu curiosidad apasionada, y esa primera persona intensa, ese yo a la "Henry Miller" que narra y busca y de pronto frena el relato para dejar de buscar porque ha encontrado (sabiduría). Podrias explicar por qué decís que es una parada brava la que te toca vivir, cuando ya alcanzaste los 80, y el dilema "sabiduría" vs "desesperación" se hace carne?


E.Rodrigué: "Sala Vip" y "Visitas" son los mejores cuentos, escritos en diferentes épocas, pero son los mejores de sus zafras. Lo de "parada brava" es porque es una parada brava: ¿acaso no termina con la muerte? Nos es fácil de afrontar.


En la Tercera Edad es importante aprender. La semana pasada fui a la playa en un día nublado del invierno bahiano. La playa desierta era compartida con un caminador de marcha atlética. El caminaba enfrente a mi y parecía un bólido ridículo como siempre me pareció. Pero pensé: "Los tipos son profesionales del caminar, ellos deben saber lo que están haciendo". Entonces comencé a imitar su andar contorsionado y pronto me di cuenta que todo mi cuerpo entraba en cada paso, como si bailara. Entonces, en esa mañana nublada, aprendí a caminar a los 83 años. 

Recientemente, mi hijo Marcos, me dijo, "Papá, sos un tipo humilde". Para un padre ese es el mejor elogio que uno puede recibir. Pero yo añadiría: hay que ser arrrogantemente humilde. 

martes, 21 de octubre de 2008

Comienzos de novelas



Nada más arbitrario que el comienzo de una novela, y nada más arbitrario que comparar comienzos y elegir los mejores.




Sin embargo, hay algo enormemente atractivo en empezar una historia, porque de algún modo es asistir al nacimiento de un mundo nuevo, todo está por suceder, y cuando el amor es a primera vista, el comienzo pasa a ser inolvidable.





Es por eso (o simplemente porque sí, porque nos gustaron mucho) que elegimos estos comienzos y no otros y animamos a ustedes a coincidir, disentir, o proponer otros.













"Cuando tenía catorce años me inició en los deleites y afanes de la literatura bandoleresca un viejo zapatero andaluz que tenía su comercio de remendón junto a una ferretería de fachada verde y blanca, en el zaguán de una casa antigua en la calle Rivadavia entre Sud América y Bolivia."















- Qué tristeza da a esta hora, ¿por qué será?




- Es esa melancolía de la tarde que va oscureciendo, Nidia. Lo mejor es ponerse a hacer algo, y estar muy ocupada a esta hora. Ya después a la noche es otra cosa, se va esa sensación.



- Sobre todo si se puede dormir bien. Y así no se piensa en las cosas terribles


que ocurrieron.




- Vos tenés esa suerte, no sabés lo que ayuda. Al no poder agarrar el sueño es cuando se me empieza a pasar todo lo más espantoso por la cabeza. Si no fuera por las dichosas pastillas yo no podría haber aguantado todo este tiempo.



- No te quejes, Luci, que vos no tuviste una desgracia como la mía.



- Ya sé. Pero no me la he llevado de arriba tampoco, Nidia.



- Cuando murió mamá pasaba lo mismo, ¿te acordás?, a esta hora volvía el recuerdo más fuerte que nunca.



- Acordarnos de ella nos acordábamos siempre, lo primero que yo pensaba cuando me despertaba era que mamá no estaba más. Lo que se sentía a esta hora, más que nunca, era la falta de ella. Pero en ese entonces con tanto que hacer no se pensaba como ahora, nada más que en cosas tristes. Con tantas obligaciones que teníamos, era eso.



- Preparar algo de comer.



- Y esa gran responsabilidad de los chicos. De sacarlos a flote, Nidia.



- Y que después pueda pasar algo así, que te arranquen lo que más querés.



- Los que son creyentes tienen ese consuelo. Pero una no se puede engañar, no hay manera. Es una gran cosa, esa fe. Realmente yo se la envidio al que la tiene.



- Sí, Luci. Yo también se la envidio.



- Esa gente ignorante tiene muchas ventajas, que puedan consolarse así. Una no puede engañarse, ve la vida como es.



- Cuando murió Pepe fue distinto, yo quedé como atontada. Y lloraba y lloraba, todo el día. Pero esta vez fue tan distinto.



- El marido es una cosa, una hija otra, Nidia. Tu hija. Qué cosas que pasan, tan terribles.










"¿Encontraría a la maga? Tantas veces me había bastado asomarme,


viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts, a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro, inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro


casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico."





Eran jóvenes, instruidos y vírgenes aquella noche, la de su boda, y vivían en un tiempo en que la conversación sobre dificultades sexuales era claramente imposible. Pero nunca es fácil. Acababan de sentarse a cenar en una sala diminuta en el primer piso de una posada georgiana. En la habitación contigua, visible a través de la puerta abierta, había una cama de cuatro columnas, bastante estrecha, cuyo cobertor era de un blanco inmaculado y de una tersura asombrosa, como alisado por una mano no humana.
Edward no mencionó que nunca había estado en un hotel mientras que Florence, después de muchos viajes de niña con su padre, era ya una veterana.

Superficialmente estaban muy animados. Su boda, en St. Mary, Oxford, había salido bien;
la ceremonia fue decorosa, la recepción alegre, estentórea y reconfortante la despedida
de los amigos del colegio y la facultad. Los padres de ella no se habían mostrado
condescendientes con los de él, como habían temido, y la madre de Edward no se había
comportado llamativamente mal ni había olvidado por completo el objeto de la reunión.
La pareja había partido en un pequeño automóvil que pertenecía a la madre de Florence y
llegó al atardecer al hotel en la costa de Dorset, con un clima que no era perfecto
para mediados de julio ni para las circunstancias, aunque sí plenamente apropiado; no
llovía, pero tampoco hacía suficiente calor, según Florence, para cenar fuera,
en la terraza, como habían previsto. Edward pensaba que sí hacía calor, pero,
cortés en extremo, ni se le ocurrió contradecirla en una noche semejante.












































jueves, 16 de octubre de 2008

VIAJE A LINIERS por M. C.



(Fuente: Revista Quid)





Tiene 34 años, se llama Ricardo Siri, y Liniers, su segundo nombre, el mismo con el que rubrica sus obras, se ha convertido en marca registrada.


Es uno de los humoristas gráficos de su generación que más adeptos tiene en el país. No hay dudas de ello: basta con asistir a alguna de sus presentaciones-firma de ejemplares o visitar el universo de blogs locales –donde es moneda corriente ver reproducidas algunas de sus viñetas– para tener una verdadera dimensión del fenómeno.

Comenzó a cosechar elogios desde la tira Bonjour –que entre 1999 y 2002 pudo disfrutarse en el suplemento No, del diario Página/12– para luego consagrarse definitivamente a partir de 2003. En aquel año, desde La Nación, Liniers dio el puntapié inicial a la entrañable Macanudo, una aventura que continúa y cuya sexta recopilación promete ver la luz en cuatro meses.

Visiblemente dichoso con su reciente paternidad, el dibujante abrió las puertas de su estudio para conversar sobre su trabajo y su Conejo de viaje (Mondadori), volumen que él describe como “un libro feliz, recopilado de varios cuadernos felices que dibujo cada vez que viajo”.

— ¿Cómo planeó este nuevo trabajo?

No lo planifiqué. Esto empezó muy de casualidad, porque jamás pensé que iba a llegar a ser editado. Los dibujos que lo integran los fui haciendo para mí, de manera muy orgánica, como un modo de quedarme con un recuerdo diferente de cada viaje. Para mí, ir a un determinado lugar y volcarlo al papel es, un poco, apropiárselo y guardárselo.

— ¿También toma fotos durante sus estadías?

Sí, obvio. También me gusta saber cómo era exactamente el sitio por el que pasé. No es que sólo quiero un recuerdo superbizarro mío. El dibujar en los viajes es un modo de no aburrirme cargándome con algún tipo de exigencia. No deseo trabajar cuando estoy en esa situación. Y esa despreocupación me lleva a no pensar en que tengo que dibujar y escribir bien o ser gracioso. Siempre la idea, de lo que ahora compone Conejo de viaje, fue que lo que saliera quedara tal cual, fresco,muy poco racional.

— Abundan las referencias musicales en el libro.

Sí, porque la música que escucho estando en algún lugar, de viaje, al volver a oírla, tiempo después, en la intimidad de mi casa me teletransporta inmediatamente.

— ¿Cómo es su relación con el viajar?

Me encanta.Trato de no negarme a ninguna propuesta. Es como la situación ideal en la que puedo estar. Cuando estoy viajando, estoy contento. Entonces, de milagro, este asunto de dibujar mis pingüinos salió bien y generó que el sesenta por ciento de los lugares que plasmo en el libro fueran el resultado de invitaciones.

— Incluso llegó a pisar la Antártida…

Sí. Ese viaje me enseñó que tengo que ser más cuidadoso con los chistes que hago, porque se cumplen. Resulta que una vez, en La Nación, al editor del suplemento Turismo le dije: “Si algún día vas a la Antártida acordate que yo dibujo pingüinos”. Y a los tres, cuatro meses, me llama y sorprende: “¿Te acordás del viaje ese a la Antártida? Bueno, vamos”. Era el sueño del pibe.Todavía no puedo creer que estuve allí. La nieve, el viaje en barco, la soledad, todo me fascinó. El día que ahorre el dinero, las llevo a mi mujer y a mi hija.

— ¿A qué se debe su debilidad por dibujar pingüinos?

Son bichos muy graciosos aunque no hagan nada. Están buenísimos, porque si los ves de lejos parecen que estuvieran en un cóctel, hablando de alguna cosa.

— Gran parte de su obra es autorreferencial. ¿No lo considera desgastante?

En verdad, todo lo que yo hago es exponerme. Si lo dice alguno de mis personajes, como Enriqueta, o lo digo yo disfrazado de conejo, termina siendo lo que pienso de todas formas. No es que mis personajes existen y hablan por sí solos. Entonces, para mí, es lo mismo. Y trato al conejo, que aparece en mis viñetas, como si fuera un personaje. Lo empecé a usar más cuando me transformé en conejo. En Bonjour me dibujaba a mí mismo, tal como soy. Y me daba mucha vergüenza eso. Por eso, a lo largo de esa tira, cuando aparezco, estoy llorando o los personajes me agreden. Entonces, salí de manera transversal, con el recurso del conejo, de la incomodidad de verme dibujado, sin abandonar la autorreferencialidad.

— ¿Le agrada ese tipo de humor, entonces?

De Woody Allen en adelante es algo que me hace gracia. Es mucho más simple
identificar una realidad en ese estilo de comicidad. Es decir, si yo invento al “misterioso hombre de negro” es una fantasía. Pero si, en lugar de eso, hablo más de mí y digo que me pasó algo, por más chiquito que sea, es más fácil que el otro se vea reflejado. Sin
embargo, es muy posible que en algún momento me canse y no me dibuje más.

— ¿Y en esto de contar vivencias propias, coloca algún filtro?

Hay páginas que dibujé y que quedaron en mi casa porque no quise verlas publicadas,
muchas veces porque trataban de cosas muy personales. Justamente pongo las tontas, que considero simpáticas, y no las que estoy en mi intimidad.

— ¿Cuál es el mayor de los fantasmas que lo invade a la hora de crear?

El tema de lograr un equilibrio en lo que muestro o no. Porque, por un lado, es mi responsabilidad ser auténtico en lo que digo. Pero, al mismo tiempo, si bajo la guardia, aparecen cosas. Y como nunca quise adoptar esa actitud pedante, tan años ’90, de ser cínico, cuando empecé con Macanudo elegí mostrar cierto mundo interior sin que fuese
sensiblería berreta. Porque, hablando de ternura, ése es el riesgo que se corre: caer en la cursilería.

— ¿Es angustiante darle vida a una tira diaria como ‘Macanudo’?

No tanto. Lo más difícil es darle forma a las ideas. Es algo que genera mucho trabajo. Entonces, la angustia, más que nada, es la falta de tiempo y tener que prestar atención para no distraerme. Porque, de repente, llega la hora y tengo que mandar la tira sí o sí al diario. Los dibujantes de historietas, a diferencia de los arquitectos, tenemos que ser puntuales. En mi caso me acostumbré, pero sí sé de colegas que sufren muchísimo.

— Por último, por las características de su obra ¿se siente una rara avis dentro de la escena actual de humoristas gráficos?

Al contrario, me siento muy cercano de muchos compañeros. En el sentido de que pertenezco a una generación que, cuando empezó en esto, justo habían cerrado revistas importantes para el género como Humor o Fierro. Por lo tanto, quedaban sólo diez dibujantes repartidos en los tres diarios más importantes y el resto sin espacio en el cual hacer su trabajo. Y ese panorama tuvo dos efectos, uno malo y otro bueno. El negativo fue que, de ningún modo, podías desarrollarte en esto. Hacías cualquier otra cosa. En mi caso, dibujaba mapas para folletos. Mientras que el positivo fue que no tuvimos que adaptarnos a ninguna línea editorial. Cada uno de los artistas y dibujantes, surgidos de aquellas épocas, tienen una personalidad muy diferente y bien marcada. Y, en ese sentido, me parece mucho más interesante eso. Espero que de a poco los lectores tengan la posibilidad de apreciarlos. El problema es que hay una tardanza en reconocerlos desde el mundo editorial.